viernes, 4 de septiembre de 2009

RHAPSODY

Las trompetas sonaron y los tambores retumbaron en el amanecer. Adriano se levanto y se dispuso a coger su armadura y cambiarse, de inmediato fue a la carpa de Narciso, como este le había pedido la noche anterior.


Su “padre”, como de cariño le decía, era el general principal del pequeño ejército que defendía una zona olvidada de Roma.

-Padre-Dijo Adriano mientras hacia una reverencia.

-Bien sabes que no lo soy-respondió este, de inmediato se aclaro la garganta y continúo-Sabes, no muy lejos de acá un ejército desconocido destruye nuestros campos y viola a nuestras mujeres. Faltan 3 días de caminata hasta que nuestros ejércitos se den la cara. Deseo que hagas un trabajo para mí…

-Lo que desees… padre-respondió con recelo, todavía arrodillado frente a él

-Quiero que informes al senado sobre el enemigo-Dijo el rápidamente.

-¡¿Qué?!-replico este, levantándose bruscamente.

-Tu vida es demasiado preciada para roma-murmuro el anciano

-¡La guerra es lo único que puede traer la gloria, mi padre estaría orgulloso que yo participara!-grito Adrian con todas sus fuerzas.

-Son como 10 000 soldados, solo contando la infantería, sería un milagro, si alguno de nosotros sigue con vida.-dijo este con calma-He pedido una reunión con los distintos generales de la región. No podremos ganar, El Emperador está conquistando nuevas tierras y su gran ejército está al otro lado del Mediterráneo. Solo te estaba dando la una oportunidad, puedes retirarte-termino este fríamente.

En la noche la reunión comenzó, uno tras otro llegaban al campamento soldados sobrevivientes de las masacres que darían testimonio. Adrian se paro en la entrada y espero como guardia mientras los hombres comían. El ruido de alguien atragantándose llamo su atención y se dispuso a entrar. La copa de oro que pertenecía a Narciso estaba en el suelo… igual que él .La ira ciega que lo inundo nublo su juicio y miro a los sospechosos. Un silencio desgarrador inundo el campamento mientras narciso sacaba su espada.

La sangre goteaba de sus manos, todos los recuerdos de su niñez le llegaban a la mente y el dolor seguía en su pecho. Cuando salió de campamento vio a todos los soldados y se pregunto que esperaban escuchar. Levanto la cabeza y grito.

-Los… ¡Los malditos lo mataron!-grito estallando de repente-Ellos se creen muy fuertes muy listos, nos quieren destruir y nosotros somos lo único que lo impiden. No me importa si me siguen… ¡Yo los detendré!

Adriano guió a los hombres por un día hasta que la noche los sorprendió en campo abierto, los mensajeros le dijeron que si salían al amanecer se encontrarían con ellos al mediodía. Mientras dormía Adriano soñó y las terribles pesadillas que un día lo aquejaron volvieron con más fuerza que antes…

La tierra arcillosa se apegaba a sus botas, tenía el cuerpo rígido y la mirada gacha. Su padre lo observaba con su armadura dorada reflejaba el sol rojo que inundaba el panorama.

- La guerra todavía no te llega.-dijo fríamente

-No lo veo necesario…Señor-replico Adriano

-La guerra te puede traer todo lo que deseas pero debes pagar ciertos precios. Si tu miedo te inunda, nunca llegaras a hacer grandes cosas; Heracles, Aquiles… son como tú, hijo mío.

-Jamás te considere mi padre.

-¡Yo soy un dios, los hombres como tú no pueden siquiera mirarme a los ojos! pero si te retiras, conseguirás fortuna y fama. La guerra puede hacer todo eso por ti, abandona a tus hombres y ven a mí.

-Si Roma logra derrotar a este enemigo entonces puede que el mundo por fin este unificado, eso es lo que más temes ¿verdad?, Roma y cada país estará unido, habrá una paz absoluta…- dijo, levantándose, Adriano.

Su cuerpo le pesaba y sentía un dolor indescriptible, pero miro a la cara de su padre. Su rostro quedaba tapado casi por su barba de fuego y sus ojos rojos, inyectados de sangre, lo miraban fijamente. Marte miraba con un odio asesino a su hijo.

Mirando a los enemigo, frente a su ejército. Adriano sabía que esto dependía de todo. Su pequeño ejército esperaba ansioso su orden.

-Ahí los tienen, hombres como cualquiera. Solo son eso, pero nosotros somos ¡romanos! Ellos no son mejores que nosotros, demostrémosle con quienes se han metido.

El silencio inundo el campo, Adriano arrió su caballo y este se dirigió a toda velocidad a sus enemigos. Tenía los oídos tapados y no sabía si su ejército lo seguía o no, pero no importaba aunque este solo él lo conseguiría. Levantó la cabeza y observo al general enemigo. Un casco le tapaba el rostro casi completamente, pero se podían ver sus ojos rojos, inyectado de sangre, que desprendían un odio indescriptible.



A la mañana siguiente Adriano se despertó en una tienda de campaña y vio como diversos mensajeros salían y entraban de la tienda. Un viejo de barbas blancas lo miraba con curiosidad.

-¿Qué paso?-preguntó Adriano

-Fuiste uno de los pocos supervivientes… has peleado bien joven guerrero, ahora todo a terminado, descansa y disfruta la paz del momento que gracias a ti tenemos.-le contesto el viejo con una sonrisa.

Si para obtener la paz, la vida de muchos hombres se sacrificó, entonces todo se lo debemos a ellos. A nuestros héroes. El viejo tenía razón, era momento de descansar.

Sebastián Lizárraga Leyva.
Imagen fuente: http://media.photobucket.com/image/ares/demencial/Tiempo%20Infinito/ares_tiempoinfinito.jpg

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